sábado, 21 de septiembre de 2019

Bájenme de la camilla que me quiero ir

Hace algo más de cuatro años me curré un 10 en Ética haciendo un trabajo sobre violencia machista; al menos diez folios de anécdotas, observaciones, testimonios e información en general (además de vídeos, gráficas, recortes de periódico y diapositivas) en un lenguaje lo bastante sencillo como para que el 73.33% masculino de la clase captase la idea.

Recuerdo que me volqué por completo en ese trabajo; era más que una nota, ni siquiera entraba dentro del temario, era una responsabilidad. Me parecía prioritario porque mi yo de quince-dieciséis años había llegado a la conclusión, durante ese curso, de que ninguno de mis compañeros por sí solo iba a preocuparse lo más mínimo por este tema. En otras circunstancias quizá podría haber esperado un poco, a ver si en algún momento mostraban interés por algo más que el porno o que cantar el Cara al Sol a voz en grito cada vez que un profesor entraba por la puerta.

Lo que me llevó a plantearme ignorar mi miedo escénico y exponer mi trabajo frente a un público que TODAVÍA no era lo hostil que llegaría a ser más adelante fue la reacción de uno de esos compañeros cuando hablé del privilegio del hombre blanco heterosexual. Parecía asombrado de verdad cuando dijo: «si lo piensas... es así.» Fue una respuesta que me dio esperanza, una esperanza que se desvaneció cuando hice mi exposición y ese mismo chico prácticamente hizo apología de la violación hablando de las "calientapollas".

Recuerdo también que uno de los temas que despertaron más indignación fue el teléfono para las víctimas de violencia de género. «Y qué pasa con este porcentaje inventado de hombres que son asesinados por sus parejas», «si mi novia me pega y yo me defiendo, llama a ese número y el que se come el marrón soy yo», «las mujeres también maltratan», «al final salen beneficiadas de sufrir violencia de género» fueron algunas de las cosas que logré entender entre los gritos de rabia simultáneos de los chicos de entre 15 y 18 años que habían saltado de sus asientos cuando puse en pantalla la LIVG de la página de la Guardia Civil.

A veces no puedo evitar pensar que el 10 en Ética fue una muestra de compasión por haber tenido que soportar esa situación y no una valoración objetiva de mi trabajo.

El año siguiente, ya en Bachillerato, una de las cuatro chicas que habíamos conformado la parte femenina de clase, que se había unido al berrinche colectivo de sus compañeros masculinos durante mi exposición, decidió hacer su trabajo grupal de Inglés sobre ese mismo tema. No puedo culpar de nada a las otras chicas que participaron porque habían estado en otra clase diferente, y hasta donde yo las conocí eran buena gente. En un principio quise pensar que había sido una decisión conjunta y no de ella, pero cuando llegaron a ese mismo punto y dijeron que la violencia de género era del hombre hacia la mujer Y VICEVERSA y que el 016 era tanto para ellas como para ellos, me miró con un rencor que me dejó claro que no.

Y ahora, cuatro años más tarde, descubro que eso no es cosa del pasado. Que no fue un caso aislado, que no tenía nada que ver con que fueran adolescentes en una mala etapa y que no iban a cambiar con el tiempo. Que da igual que eso fuera hace cuatro años y que ya no tenga trato con ninguno de ellos... ni de ellas, porque siguen ahí. Quizá no sean las mismas personas con las que me vi obligada a convivir durante demasiado tiempo, pero siguen manteniéndome presa en ese momento.

Ahora, cuatro años más tarde, entro en Twitter y me entero por Gerardo Tecé de que el Gobierno andaluz ha aprobado, hace diez días, la creación del "teléfono de atención contra la violencia intrafamiliar".

Lee el artículo aquí.

La diferencia es que esto no es una gilipollez de instituto. No es personal. No es por joder a una compañera a la que le tenemos manía. ES A TODAS.

Todo lo que hace Vox me recuerda aquellos años de mi vida en que tenía que ignorar los himnos fascistas, los chistes nazis, la misoginia y el «Ángela nos oprime porque si nos reímos de ella nos denuncia» que no dejaban de repetir cuando uno de ellos recibió un aviso de la dirección del centro después de más de la mitad del curso cebándose en mí. Entonces la profesora de Ética se puso de su lado y me espetó que tendría que haber dialogado con él antes de hablar con Jefatura.

Dialogar con él.

Dialogar con Vox.

Y, sin embargo, Vox es un partido político legal que se salta los minutos de silencio por las víctimas de feminicidio y que irrumpe en las concentraciones con pancartas de «LA VIOLENCIA NO TIENE GÉNERO», que llama "instrumento propagandístico" a la violencia machista y que utiliza las violaciones a mujeres como herramienta para legitimar su racismo.

¿Con quién hablamos para que los expulsen? ¿Qué vamos a hacer cuando el trifachito ascienda al poder? ¿Se creen realmente alguna de las gilipolleces que dicen o solo lo hacen por lo mismo que los que fueron mis compañeros? POR JODER.