domingo, 8 de abril de 2018

Inercia fangirl autodestructiva

Uno de mis mayores hobbies es rallarme (sí, como el queso) dándole vueltas a diversos aspectos de mí misma o de mi entorno, aunque generalmente lo primero, para intentar encontrar las raíces de mi forma de ser o hallar un por qué en mi comportamiento. Casi nunca doy con las respuestas y, en vez de eso,
aparecen más incógnitas.
Llevo ya bastante tiempo reflexionando acerca de mi preferencia (en la ficción) por personajes totalmente contrarios a lo que soy y lo que defiendo. Hasta donde alcanza mi memoria, siempre ha sido así. Aun hoy sucede y, aunque solía hacerme gracia, ahora me preocupa.
Nota: me sigo riendo.

Junto a este hábito de «empatizar» con la mala gente está el de aborrecer al protagonista, casi siempre masculino, que se supone que es por norma general el personaje con el que tenemos que identificarnos y/o admirar. Este segundo hábito no me parece erróneo, sin embargo.


No me estoy refiriendo al universo Disney, donde es muy fácil coger cariño a villanos como Úrsula, Hades o Jafar, sino a otro tipo de personaje más cercano a la realidad. Por ejemplo, en The Walking Dead. Este es un buen ejemplo porque no hay un límite claro como lo hay entre Harry Potter y Voldemort o entre Batman y Bane (sí, soy #TeamVoldemort y #TeamBane), sino que hay vivos y muertos y los vivos se montan el tinglado como les parece.

Jeffrey Dean Morgan (Negan)
En TWD, desde la primera vez que apareció hasta que murió (jaja spoiler), mi personaje favorito fue Merle Dixon. Quien haya visto la serie sabrá que Merle (un supremacista blanco agresivo y no demasiado cooperador) no era precisamente un amor de persona. El lugar de Merle lo ocupó después el sargento Abraham con su tupé y su bigote pelirrojos que, aunque tenía sus cosas, era buen tío, hasta que llegó mi actual personaje favorito con un bate de béisbol envuelto de alambre y le quitó el sitio a golpes. Ese es el ejemplo más claro: Negan, un idiota con un bate y una sonrisa encantadora que se hizo el amo del mundo, o casi, sirviéndose del miedo. Un asesino en toda regla que además viola mujeres. En esa misma línea está Sir Gregor Clegane «La Montaña», de Juego de Tronos.

He de decir también que estos dos son un caso extremo - Merle no -, ya que normalmente me limito a los genocidas animados como Reiner y Bertolt de Attack on Titan. Niños adoctrinados, coaccionados y utilizados como arma militar que no son conscientes de lo que realmente han hecho hasta que ya es demasiado tarde pero, aun así, culpables.

El caso es que, después de analizar la retahíla de personajes grandes, atractivos, inexistentes, malvados en mayor o menor grado y, en su mayoría, rubios y con nombres terminados en -er (Krauser, Lester, Reiner, Seifer, Wesker), llegué a la conclusión de que no tenía por qué ser dañino tener feels por los bad boys ficticios - paso demasiado tiempo en internet - si era capaz de reconocer y evitar a los GGMM (Gilip*llas Macizos) en la vida real.
Nota: no es muy difícil; suelen escribir con muchas faltas y critican a/se ríen de las «feminazis».
Ah, y son guapos, que feos los hay también, y más.
(Estoy esperando que alguien venga a criticarme porque cuando esta distinción la hacen ellos me quejo).


Luego empecé a jugar al Fallout 4 y, en mi empeño por tener un romance gay con este imbécil... 


...me uní a la Hermandad del Acero (porque en este juego, al igual que en TWD, no hay un límite claro y puedes agruparte con cualquier facción de las que no te acribillan a disparos en cuanto te ven, que son pocas, en base a la ética que quieras seguir... o, como en mi caso, con qué muñequito/a quieras intimar). La Hermandad del Acero la lleva este otro imbécil...



..., el maestre Maxson, que es un GM en toda regla (solo hay que oír su discurso de presentación) y se parece a mis últimos posibles ligues (uno de ellos ya no lo es porque, después de romper el hielo con una pregunta sobre hipopótamos, me dijo que le daba asco Rammstein).


Después de este tropezón (entiéndase como se quiera), llegué a una conclusión nueva y es que, por mi propia seguridad, es mejor que renuncie a los hombres y me limite a las mujeres (perdón por la binariedad) o que, directamente, me resigne a vivir y morir sola. Eso sí, con unos cuantos pósteres de Maxson y Krauser/Lester/Reiner/Wesker en la pared.

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